Nuestra Señora de La Salette: El llamado de una Madre a sus hijos

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Nuestra Señora de La Salette: El llamado de una Madre a sus hijos

El 19 de septiembre de 1846, en lo alto de los Alpes franceses, dos niños, Maximin Giraud y Mélanie Calvat, pastoreaban ovejas cuando vieron lo que describieron como una Señora radiante, triste pero hermosa. Apareció con lágrimas en los ojos. Su dolor no era por ella misma, sino por sus hijos, por nosotros y por la forma en que los corazones se habían alejado de su Hijo.

Su mensaje fue sencillo pero lleno de amor. Recordó al mundo que la oración es el aliento de nuestras almas, que el domingo debe ser un día de descanso y adoración, y que el santo nombre de Dios debe pronunciarse siempre con reverencia. No vino a condenar, sino a suplicar a sus hijos, instándonos a volver a su Hijo, a abrir nuestros corazones de nuevo y a caminar en la luz de la fe.

Aunque sus palabras fueron pronunciadas hace tanto tiempo, se sienten tan frescas como si las hubiera pronunciado hoy. Imagino a Nuestra Señora todavía llorando al ver que el mundo olvida la belleza de la oración, la santidad de la Misa y el amor de su Hijo. Sin embargo, también la imagino aún con esperanza, aún intercediendo por nosotros, aún creyendo que con la gracia de Dios podemos cambiar nuestras vidas.

Lo que más me impacta de La Salette es la ternura de las lágrimas de María. Lloró porque nos ama. Lloró porque ve cuánto necesitamos la misericordia de Dios. Lloró porque anhela que descubramos una vez más la paz y la alegría de vivir cerca de Jesús.

Para mí, su mensaje es una invitación. Es un llamado a santificar los domingos, a susurrar una oración por la mañana y por la noche, a pronunciar el nombre de Dios con amor y a ofrecer pequeños sacrificios por el bien de los demás. Sobre todo, es un llamado a volver al abrazo de Cristo, que nos espera con los brazos abiertos.

Recen la Novena a Nuestra Señora de La Salette y dejen que ella nos guíe de regreso a la paz, el amor y la reconciliación.